DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO : VER A DIOS EN EL SUFRIMIENTO 

 

Escrito por: Fray Guillermo Trauba OFMCap. 

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Estimados Amigos de Padre Pío,

¡Paz y bien!

A veces la vida es difícil y nos parece que carece de sentido. En estos momentos sufrimos más y perdemos la habilidad de organizar nuestros talentos y recursos. Estamos a la deriva. Estamos vulnerables y susceptibles a enfermedades, accidentes y otros contratiempos. No sabemos cómo orientarnos y menos defendernos. En fin, estamos en crisis.

Todos nosotros tenemos momentos difíciles y esperaríamos que fueran menos y de poca duración. Sin embargo, tenemos que enfrentar y navegar lo mejor que podemos estas corrientes turbulentas en la vida. Si supiéramos el sentido de todo lo que nos pasa, sería más fácil aceptarlo. La psicología nos ayuda a descubrir el “porqué”, pero es Dios que nos ayuda a saber el “para qué” de las cosas. En la vida espiritual el para qué de estos momentos de prueba tiene que ver con el propósito de nuestro Padre misericordioso a ayudarnos a purificar al alma. Esto es importante porque solamente los de corazón puro pueden ver a Dios, y el verlo nos transforma y es nuestra completa felicidad. Estas pruebas, que nos invitan a ejercer nuestras virtudes, se llaman noches o purificaciones pasivas. Se llaman pasivas porque somos receptores y no actores de circunstancias que nos suceden sin nuestro consentimiento.

Saber el sentido de estos momentos oscuros alivia mucha el peso de llevarlos como han descubierto los psicólogos Viktor Frankl y Carl Jung. Padre Pío también ha descubierto la importancia de las crisis en la vida como medios para ejercer la fe en nuestro camino a unirnos con Dios. Sus reflexiones sobre el tema están incluidas en su carta a su hija espiritual Antonieta Vona escrita el 18 de agosto de 1918:

No pienses, mi queridísima hijita, en las arideces, desánimos y tinieblas desalentadoras que a menudo afligen tu espíritu, porque son queridas por Dios para tu mayor bien. Un día la Magdalena hablaba al divino Maestro y, sintiéndose alejada de él, lloraba y lo buscaba y estaba tan ansiosa por verlo que, viéndolo, no lo veía, y creía que aquel hombre era el hortelano. Es lo que te sucede a ti. ¡Ánimo!, mi buena hijita, no te inquietes por nada. Tienes en tu compañía a tu divino Maestro; no estás separada de él. Ésta es la verdad y la única verdad. ¿De qué temes? ¿De qué te lamentas?!Ánimo!, pues. Ya no puedes ser ni una niña ni siquiera una mujer; hay que tener un corazón varonil; y hasta que tengas el alma firme en la voluntad de vivir y de morir en el servicio y el amor a Dios, no te inquietes ni de las limitaciones ni de cualquier otro impedimento. La Magdalena quería abrazar a nuestro Señor; y este dulce Maestro, que se lo había permitido en otras ocasiones, esta vez le interpone un obstáculo, un impedimento: “No, le dice, no me toques, porque aún no he ascendido a mi Padre”.

Poniendo en su contexto cultural de aquella época el comentario de Padre Pío sobre un corazón varonil, captamos que enfrentar momentos difíciles requiere una decisión clara y firme. Esta decisión está facilitada por la fe. En el grado en el que confiemos que Dios todopoderoso, todo sabio es nuestro Padre que nos ama, podemos significar los eventos como medios que necesitamos enfrentar y asimilar en el regreso a nuestra casa con él de la cual procedimos en aquel entonces cuando fuimos creados por él . Cuando podemos interpretar todo lo que nos pasa en la vida como permitido por un Dios que me ama para este fin, entonces no tememos que los acontecimientos nos hagan daño. Sabremos cómo aprovecharnos de todo como dice san Pablo. Nada sucede por casualidad, aunque así parezca porque vemos los sucesos por medio de las causas secundarias. Aun el mal, que es en realidad una privación de un bien, existe como color oscuro en una gran pantalla de la creación de Dios, y Dios lo usa para completar su obra maestra compuesta de todos los colores de amor y misericordia. Así por sus actos se nos revela quien es, especialmente en la persona y testimonio de Jesús de Nazaret. Todo es bueno porque fue creado por el amor, pero por nuestro libre albedrío (el regalo más grande que nos dio) podemos provocar un mal uso de una cosa buena. Sin embargo, el amor de nuestro Padre es paciente y espera que aprendamos cómo usar nuestra libertad para amarlo a él completamente y sobre todas las cosas , y al prójimo como él mismo nos mostró en Jesús.

La finalidad de todo esto es que aprendamos cómo amar y cómo recibir el amor; es decir, cómo participar en la vida divina de nuestro Padre. El amor engendra vida y así amando, participamos en la vida divina de Dios. Conscientes de nuestra dignidad como hijos e hijas de Dios y de nuestra herencia de la vida divina que ha sido ganada por Cristo encarnado en Jesús de Nazaret, nos disponemos a elegir e interiorizar los valores del Reino de Dios. A base de estos valores hacemos decisiones congruentes con nuestra identidad de hijos de Dios y eficaces en realizar nuestro deseo de ser completamente feliz. Viviendo como ciudadanos de este Reino se da nuestra plena felicidad y comienza o no con las decisiones que hacemos el día de hoy.

Su servidor en Cristo Jesús,

Fray Guillermo Trauba, capuchino