DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO: LA CUARESMA Y LA OSCURIDAD ESPIRITUAL 

 

Escrito por: Fray Guillermo Trauba OFMCap. 

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Estimados Amigos de Padre Pío

¡Paz y bien!

En la Cuaresma el Espíritu nos conduce al desierto, como lo hizo con Jesús. El desierto es un lugar de soledad, inseguridad, y en muchas ocasiones, un lugar de combate espiritual o de tentación al confrontar nuestros propios demonios o debilidades. El diablo está presente y suele esconderse en estas debilidades nuestras. En este sentido el desierto es un lugar de oscuridad o de noche. Sin embargo, como fue con Jesús, es el Espíritu que nos conduce allí, a este lugar desolado a descubrir una luz en medio de las sombras. Tanto como el pollito necesita romper el cascarón que le encierra para crecer y seguir viviendo, en la oscuridad de las crisis necesitamos superar las estructuras que nos han apoyado anteriormente para integrar nuestra realidad en un nuevo y más amplio contexto de vida. Dejar nuestros puntos de seguridad es entrar en la noche y esta prueba es necesaria para nuestra transformación y desarrollo.

Como el silencio es para la escucha y la soledad es para el encuentro, la oscuridad es para el nuevo amanecer. Padre Pío se daba cuenta de esto desde muy temprano edad. La oscuridad no lo desorientaba en el fondo de su ser, aunque el mal en él y en el mundo le dio mucho sufrimiento y dolor en los niveles más exteriores de su persona. En medio de la oscuridad de los eventos cotidianos, su fe fue una luz infalible que le mantenía en paz interior y orientado a Dios. Padre Pío aconseja con sus hijas espirituales, las hermanas Ventrella, como navegar en la oscuridad interior en una carta dirigida a ellas el 7 de diciembre de 1916 escrita cuando Padre Pío tenía 29 años:

Las tinieblas que rodean el cielo de vuestras almas son luz; y hacéis bien en decir que no veis nada y que os encontráis en medio de una zarza ardiendo. La zarza arde, el aire se llena de densas nubes, y el espíritu no ve ni comprende nada. Pero Dios habla y está presente al alma que siente, comprende, ama y tiembla. Hijitas mías, animaos; no esperéis al Tabor para ver a Dios; ya lo contempláis en el Sinaí. Pienso que el vuestro no es el estómago interior revuelto e incapaz de gustar el bien; él ya no puede apetecer más que el Bien Sumo en sí mismo y no ya en sus dones. De aquí nace el que no quede satisfecho con lo que no es Dios.

El conocimiento de vuestra indignidad y deformidad interior es una luz purísima de la divinidad, que pone a vuestra consideración tanto vuestro ser como vuestra capacidad de cometer, sin su gracia, cualquier delito. Esta luz es una gran misericordia de Dios, y fue concedida a los más grandes santos, porque pone al alma al abrigo de todo sentimiento de vanidad y de orgullo; y aumenta la humildad, que es el fundamento de la verdadera virtud y de la perfección cristiana. Santa Teresa también tuvo este conocimiento, y dice que, en ciertos momentos, es tan penoso y horrible que podría causas la muerte si el Señor no sostuviera el corazón.

Lo que nos salva de la desesperación al conocer nuestra “indignidad y deformidad” es que a pesar de todo lo malo y lo oscuro en nosotros, nuestro Padre nos ama y engendra vida en nosotros. Este amor incondicional es el nuevo amanecer que comienza una nueva etapa en la vida, la de vivir en el Reino de Dios como hijo o hija de él. Sin embargo, esta luz de la misericordia de Dios no nos absuelve de nuestra responsabilidad de corregir nuestras faltas ahora conocidas con más nitidez y horror. Nos toca aplicar nuestro libre albedrío en hacer decisiones para nuestro bien. Buenas decisiones nos cambian, nos santifican y nos hacen más libres. La decisión de perseverar en la búsqueda de esta luz que es Dios en medio de oscuridad se llama fe. Es la fe que nos permite unirnos a Dios, lo finito con lo infinito.

Por medio de la fe vemos a Cristo sonriente en cada criatura por su vida en ella y llorando por el desamor que le quita esa vida. Entendemos que el ser humano es el deleite de Dios y que él se preocupa por cada persona más que por cualquier otra criatura. Uniéndonos a Dios por la fe expresada en la caridad empezamos a entrar en el flujo del amor, en la alegría y en la tristeza que constituyen parte del Amor amando que engendra el ser de cada ente. Así, experimentamos más agudamente nuestro propio ser como objeto del amor de Dios. Nos experimentamos nosotros siendo amados por Dios, este influjo de ser, vida y bienestar que es característica de ser amado; y aunque el sufrimiento persiste, cada vez más las ganancias se vuelven más grandes y abundantes. Ya estamos caminando hacia la Pascua para participar, cada uno según su capacidad, de los frutos del amor de nuestro Padre.

En fin, la Cuaresma nos introduce a una oscuridad fecunda , no soltemos la chispa de luz escondida allí, este hilo de esperanza, el seguimiento de nuestro anhelo fundante de vivir y de ser feliz nos guiará a nuestro nuevo amanecer. Jesús está cerca, ¡“maranata”!

Su servidor en Cristo Jesús,

Fray Guillermo Trauba, capuchino