DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO: LA ALEGRÍA DE LA RESURRECCIÓN 

Escrito por: Fray Guillermo Trauba OFMCap

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Estimados Amigos de Padre Pío,

¡Felices Pascuas!

¡La resurrección de Jesús es el grito de victoria que hace la vida sobre la muerte! Con razón disfrutamos la temporada pascual con sentimientos de gratitud y esperanza al sabernos recipientes también de esta victoria. Sin embargo, las actividades diarias, las molestias y choques con otras personas nos distraen de este estado de bienestar. ¿Cómo mantener el sentido de optimismo y gozo durante la rutina y contratiempos que nos presentan la vida cotidiana?

Padre Pío vivía la muerte y resurrección de Jesús tal vez como ningún otro. Pensamos que vivió más de la muerte de Jesús que de su resurrección, ¡pero no! No fue posible sufrir tanto con tanta coherencia y fruto, aun de manera milagrosa, sin haber reconocido que este sufrimiento fuera un acto de amor que engendraba de sobremanera la vida en sí. Uno no puede separar ni el amor de la vida ni la pasión y muerte de Jesús de su resurrección. Cuando nuestro sufrimiento es encausado por amor estamos engendrando vida, y nuestra felicidad está siendo armada sin darnos cuenta en una manera sensible. Es preciso mantener esta intención fecunda de amor durante las pruebas diarias para así participar en la felicidad que es el resultado de la vida plena.

La atención a la acción de Dios, o sea, del Amor amando en las actividades rutinarias de nuestra vida es la receta de una vida feliz que Padre Pío ofrece a su hija espiritual, Raffaelina Cerase. Su consejo fue dirigido a ella por una carta escrita el 17 de diciembre de 1914:

Estate atenta para no perder de vista la presencia divina a causa de las actividades que realices. No emprendas nunca tarea alguna u otra acción cualquiera, sin haber elevado antes la mente a Dios, dirigiéndole a él, con santa intención, las acciones que vas a realizar. Harás lo mismo con la acción de gracias al término de todas tus actividades, examinándote si todo lo has realizado siguiendo la recta intención deseada al principio; y si te encuentras manchada, pide humildemente perdón al Señor, con la firme resolución de corregir los errores.

No debes desanimarte ni entristecerte si tus acciones no te salen con la perfección que buscaba tu intención; ¡qué quieres! Somos frágiles, somos tierra, y no todo terreno produce los mismos frutos según la intención del sembrador. Pero, ante nuestras miserias, humillémonos siempre, reconociendo que no somos nada sin la ayuda divina.

El consejo de Padre Pío a mantener nuestra vista en la presencia divina parece tan sencilla y obvia. Pero en realidad, nos encontramos distraídos casi siempre de esta presencia divina en nosotros. Los psicólogos nos dicen que nuestra conducta sale como consecuencia de nuestras emociones y que nuestras emociones son encausadas por nuestra percepción. Si esto es cierto, al mantener nuestra percepción en la presencia divina dentro de nosotros, han de resultar estos sentimientos de gratitud y esperanza.

Con el entusiasmo de ser llamados a seguir a Jesús resucitado, nos animamos a preguntarle a Dios de vez en cuando, ¿qué quieres que yo haga Señor? Frecuentemente pensamos que nos indicaría una actividad o obra de caridad porque la cultura nos ha educado que la conducta es eficaz, de utilidad, y de valor. Pero en realidad, ¿esto es lo que Dios quiere de uno, productividad? Creo, más bien que Dios quiere algo intrínseco como una relación sostenida con él más que una cosa extrínseca como una obra, aunque sea buena. ¡Esto no significa decir que no hagamos nada! Una relación de amor tiene que expresarse. Por naturaleza el amor va fuera de sí y engendra salud y vida. Parece que, para sostener esta relación de fidelidad y amor con Dios, él quiere que busquemos su rostro. Esto es lo que le agrada, que lo miremos a él y él a nosotros. Este intercambio de miradas es sin palabras y sin conceptos, pero es sostenido en humildad por intenciones de fe, amor, respecto, gratitud y esperanza. Además, durante este intercambio de miradas el Espíritu Santo secretamente se infunde en nuestra alma y luego nos indica qué hacer y cómo hacerlo; siempre respetando nuestro libre albedrío. Dios nos invita, no nos fuerza.

Con la mirada recíproca entre Jesús y nosotros, podemos apreciar dos hermosas facetas de la temporada pascual. Una que nos dirige al misterio de la resurrección y nuestra participación en ella que se llama el Reino de Dios. La otra nos prepara a recibir al Espíritu Santo y nos capacita para dar nuestro testimonio de la bondad de Dios en la evangelización. En realidad, las dos cosas actúan simultáneamente en el alma dispuesta, pero podemos distinguirlas así en favor de más claridad y aprecio a estas acciones de Dios en nosotros.

Comencemos, entonces, a disfrutar esta temporada de vida nueva y de los principios de la vida eterna en nosotros. Nuestro futuro no es tan palpable como lo es en este tiempo de Pascua. Dios le bendiga a cada uno con la belleza de su Rostro.

Su servidor en Cristo Jesús,

Fray Guillermo Trauba, capuchino