DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO: EL ANHELO DE LA PRESENCIA DE DIOS EN LA VIDA

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Estimados Amigos de Padre Pío,

¡Que tu hambre por Dios sea tu luz!

La temporada del Adviento nos introduce a un hambre no satisfecha que nos prepara para el banquete de la Navidad. Cuando lo vivimos bien, el Adviento nos destroza interiormente al despertar anhelos de lo más profundo de nuestro ser de vivir bien y en felicidad. Desafortunadamente, la respuesta de nosotros usualmente es superficial. Buscamos satisfacer nuestra hambre con sentimientos y recuerdos placenteros de eventos que queremos repetir y prolongar. Son anhelos de disfrutar la vida y vivir en paz y armonía con
nuestra familia, con otras personas, y con toda la creación. Estos deseos no son malos, pero sí, son incompletos. El anhelo de nuestro espíritu resuena desde profundidades aún más hondas. Anhela también ser feliz y vivir en armonía con Dios y con el prójimo, en un amor no condicionado, íntegro, y para siempre.
La diferencia es la comida o respuesta que le damos a esta hambre o anhelo: ¿es Dios nuestra meta y satisfactor o acudimos a los placeres convenientes y a la mano como a un producto accesible en una tienda de conveniencia?

Padre Pío fue desgarrado interiormente por sus anhelos insatisfechos de unirse a Dios que brotaban desde la profundidad de su alma.
Desahoga sus sentimientos con su amigo y hermano religioso Padre Agustín de San
Marco in Lamis en su carta a él escrita el 17 de octubre de 1915:

Todos los sufrimientos de esta tierra, juntos en un haz, yolos acepto, Dios mío, los deseo como mi porción; pero nunca podré resignarme a estar separado de ti por falta de amor. ¡Ah!, por piedad no permitas que esta pobre alma ande extraviada; no consientas nunca que mi esperanza se vea frustrada. Haz que nunca me separare de ti; y, si lo estoy en este momento sin ser consciente de ello, atráeme en este mismo instante. Conforta mi entendimiento, o Dios mío, para que me conozca bien a mí mismo y conozca el gran amor que me has demostrado, y pueda gozar eternamente de las bellezas soberanas de tu divino rostro. No suceda nunca, amado Jesús, que yo pierda el precioso tesoro que eres tú para mí. Mi Señor y mi Dios, muy viva está en mi alma aquella inefable dulzura que brota de tus ojos, y con la que tú, mi bien, te dignaste mirar con ojos de amor a esta alma pobre y mezquina. ¿Cómo se podrá mitigar el desgarro de mi corazón, sabiéndome lejos de ti? ¡Mi alma conoce muy
bien qué terrible batalla fue la mía cuando tú, mi amado, te escondiste de mí!
¡Qué vivamente grabada en mi alma, o mi dulcísimo amante, permanece ese terrible y fulminante imagen!

Saber lo que nos conviene no siempre coincide con lo que deseamos. ¿Cómo es posible que nos quedemos satisfechos con los placeres de este mundo cuando Dios nuestro Padre, nos ofrece su Vida Divina? Tal vez es porque desde Adán y Eva apartamos la vista de Dios y la fijamos en las criaturas como objetos de nuestros deseos y satisfacción. Desde entonces la
belleza del rostro de nuestro Padre nos fue ocultada. Pero nuestro Padre es misericordioso y en Jesús se nos fue revelado de nuevo por la fe a los de corazón puro. La invitación a ser feliz fue reanudada en Jesús, pero tenemos que aclarar y escoger: las criaturas de este mundo como medios a Dios o usar a Dios como medio para satisfacerme con las criaturas. La decisión está en nuestras manos y accesible a cada persona, y no podemos evitar seleccionar.

En la fiesta celebrada reciente de Cristo Rey, el Amor serevela como Rey. Esta epifanía pone en evidencia la diferencia entre lo que engendra vida de lo que solamente recibe vida. Hace patente la diferencia entre el Creador y la criatura. La temporada de Adviento entonces, agudiza el hambre de nuestra alma por la vida que procede del Creador. La clave importante es relacionar el amar como puente necesario para el vivir y encontrar este vivir en Dios. Por eso vino Jesús entre nosotros. Pretende satisfacer nuestro deseo de vivir al enseñarnos cómo amar. En lo práctico este “amar” es ser fiel al amor de Dios por nosotros y, a la vez, ser fiel a la presencia de Dios presente en la dignidad de cada persona.

Entonces, Dios está entre nosotros, como la Palabra hablando y el Amor amando, revelándose como origen y fin de todo lo creado. Nosotros como sus hijas e hijos, anhelamos nuestra participación en esta corriente vital de amor y nos parte el alma estar alejados de él, separados de la Vida, apartados del Amor. Esta es el hambre y anhelo de nosotros en el Adviento. Con más razón, entonces, sobresale nuestra satisfacción al participar en el
banquete de la Encarnación del Amor entre Nosotros.

¡Feliz Navidad a cada una de ustedes mis hermanas y hermanos!

Fray Guillermo Trauba, capuchino