DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO: ¿DÓNDE ESTÁ DIOS? ¿ DÓNDE LO PUEDO ENCONTRAR? 

 

Escrito por: Fray Guillermo Trauba OFMCap. 

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Muy Estimados Amigos de Padre Pío,

¡Paz y bien!

¿Dónde está Dios? Y ¿Dónde lo puedo encontrar? Esta pregunta nos hacemos tanto como niños como adultos. Uno tiene la inquietud que hay algo más allá de lo que uno mismo alcanza a ver, y mira arriba a las estrellas y encuentra una infinidad de espacio entre una infinitud de puntos de luz. ¿Y qué más? El catecismo de la Iglesia católica enseña que Dios está en todas partes porque todo lo que existe está sostenido en su existencia en cada momento por su amor. Es decir, dónde Dios ama, algo existe y donde algo existe Dios está allí amando. Esto implica que comenzamos buscando a Dios con nuestros ojos, pero lo encontramos con nuestro corazón.

La búsqueda de Dios es una transición de andar entre cosas sensibles y materiales al descubrimiento de realidades espirituales sostenidas por relaciones de amor. En términos más prácticos y conocidos la búsqueda de Dios empieza por medio de la lectura y meditación, y el encuentro con Él se da desde la meditación por la oración y contemplación.

Padre Pío hace hincapié en estos medios en su consejo a su hija espiritual, Raffaelina Cerase, en su carta a ella fechada el 28 de julio de 1914:

Me horroriza, hermana mía, el daño que causa a las almas la privación de la lectura de los libros santos. Mira cómo se expresan los santos padres cuando exhortan al alma a semejante lectura. San Bernardo, en su escalera claustral, indica que son cuatro los peldaños o los medios por los que se sube a Dios y a la perfección; y dice que son la lectura y la meditación, la oración y la contemplación. Y para probar lo que dice recurre a las palabras del Maestro divino: “Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”; y, aplicándolas a los cuatro medios o grados de la perfección, dice que con la lectura de la sagrada escritura y de los otros libros santos y devotos se busca a Dios, con la meditación se le encuentra; con la oración se llama a su corazón y con la contemplación se entra en el teatro de las bellezas divinas, abierto a la mirada de nuestra mente por la lectura, la meditación y la oración.

La lectura, sigue diciendo en otro lugar el santo, es como el alimento espiritual dado al paladar del alma; la meditación lo mastica con sus discursos; la oración prueba su sabor, y la contemplación es la misma dulzura de este alimento del espíritu, que conforta plenamente al alma y la consuela. La lectura se detiene en la corteza de los que se lee; la meditación penetra hasta el meollo; la oración va en su busca con sus preguntas; la contemplación se deleita como en algo que ya se posee.

De nuevo notamos el desarrollo desde lo sensible a lo espiritual, de lo activo (lectura y medicación) a lo pasivo en la contemplación. La lectura de la Palabra de Dios retiene nuestra atención de las exigencias del mundo y dirige nuestra percepción a las cosas del Reino de Dios. Esto es importante porque es una transición de donde estamos en el aquí y el ahora adonde queremos estar algún día. Y este “algún día” comienza con una decisión de pertenecer allí porque el Reino de Dios consiste en una relación de amor con Dios, Esta relación comienza con nuestra decisión a seguirlo libre y conscientemente. Como alude Padre Pío, la lectura comienza de la superficie, a lo exterior, a la exploración en espera de encontrar algo de valor adentro. La corteza, lo exterior, se vence con la meditación de lo encontrado después de la exploración. Esta profundización nos pone en contacto con una nueva manera de ver las cosas. Esta nueva perspectiva se alimenta con la oración y es el ímpetu para nuestra conversión. Luego, con esta nueva perspectiva uno mastica, saborea, y profundiza con más indagaciones. Finalmente, llega a encontrarse con lo que había buscado desde el principio y se deleita en ello. Este “ello” en fin es el Rostro de Dios. Este intercambio de miradas nos transforma por su esplendor en verdad, bondad y belleza. Encontrar su Rostro será mi plena felicidad porque habré encontrado el sentido de mi existencia, mi origen y mi fin, mi nada y mi plenitud en el que me creó y me amó.

Entonces, la búsqueda a Dios es como un hambre que nos guía, ciegamente al principio, pero con perseverancia en la fe, con progresivamente más luz y provecho habiendo conocido más por donde uno va. El destino nos seduce más y más al acercarse a ello. La lectura espiritual es un recurso accesible y efectivo para emprender este camino. Especialmente en este mes de noviembre en el cual estamos meditando sobre la finalidad de las cosas en la fiesta de Cristo Rey y los comienzos en el Adviento. El mapa guía de nuestro viaje puede ser la Palabra de Dios.

Su hermano en Cristo Jesús,

Fray Guillermo Trauba, capuchino