DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO : COVID -19, PAZ ANTE LA CRISIS 

 

Escrito por: Fr. Guillermo Trauba OFMCap 

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Estimados amigos de Padre Pío,

¡Paz y bien!

La pandemia ocasionada por la sorpresiva propagación del virus Covid-19 ha irrumpido la rutina al nivel mundial y nos ha puesto a pensar, ¿cómo es posible esto en el día de hoy? Esta prueba mundial no solamente pone en juicio nuestros recursos materiales y habilidades técnicas, pero también reta nuestra fuerza moral. Esta pandemia nos impulsa a revalorar prioridades en nuestra vida. Lo ‘normal’ ha cambiado para la mayoría de nosotros y no regresará tal vez por mucho tiempo. Entonces, ¿Cuál es la lección que hemos de sacar de todo esto?

Las pruebas pueden ofuscar o purificar nuestro discernimiento. Pueden reducir nuestros horizontes o ampliarlos. Pueden endurecer nuestro corazón a aferrarse a sus proyectos a toda costa o enternecerlo con compasión por los más necesitados. También las pruebas pueden hacernos retomar el sentido de nuestra vida a largo plazo. Ahora, para muchas personas, sus metas de corto plazo ya no se van a realizar. Se acuerdan de cuando todo andaba bien y la vida se desarrollaba casi en automático según sus gustos, planes y medios. Pero las cosas ya no son iguales. Hubo cambios y habrá consecuencias. Ahora, nuestro testimonio ante la prueba revelará el grado de egocentrismo o de compasión que reside en el corazón. Esta situación incómoda puede resultar en dar a luz una nueva dirección en nuestra vida.

Las pruebas como esta pandemia también marcan la diferencia entre dos aspectos de nuestra vivencia diaria: lo material y temporal, y lo espiritual e inmortal. Nos damos cuenta de que no somos solamente carne y hueso, sino que también somos espíritu. Cuando vemos que precario está nuestro mundo y qué temporal es nuestra estancia en él, nos hace pensar en lo que implica nuestro lado espiritual y escuchar de nuevo nuestro anhelo interior por las cosas eternas y decir que, tal vez no fui hecho para este mundo. En este contexto, cobra más sentido la exhortación de Jesús a buscar las cosas de arriba y a dar prioridad al Reino de Dios. Este punto de discernimiento es el tema de reflexión y consejo de Padre Pío a su hija espiritual, Raffaelina Cerase, en su carta a ella fechada el 16 de noviembre de 1914. Padre Pío tenía 27 años:

Nosotros tenemos una doble vida: una, natural que la obtenemos de Adán por generación carnal, y, como consecuencia, es una vida terrena, corruptible, amante de nosotros y llena de bajas pasiones; la otra, sobrenatural, que la obtenemos de Jesús a través del bautismo y, por lo mismo, es una vida espiritual, celestial, obradora de virtud. Por el bautismo se da en nosotros una verdadera transformación: morimos al pecado y nos injertamos en Cristo Jesús de tal manera que vivimos de su misma vida. Por el bautismo recibimos la gracia santificante que nos da vida, toda celestial; nos convertimos en hijos de Dios, hermanos de Jesús y herederos del cielo. Ahora bien, si por el bautismo el cristiano muere a su primera vida y resucita a la segunda, es deber de todo cristiano buscar las cosas del cielo, sin preocuparse para nada de las cosas de esta tierra. Esto mismo lo insinúa el apóstol san Pablo a los Colosenses: “Así pues- dice este gran santo-, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios”. Sí, el cristiano en el bautismo resucita en Jesús, es elevado a una vida sobrenatural, adquiere la hermosa esperanza de sentarse glorioso en el trono celestial. ¡Qué dignidad! Su vocación le exige desear continuamente la patria de los bienaventurados, considerarse como peregrino en tierra de destierro; la vocación del cristiano, digo, exige no poner el corazón en las cosas de este mundo terrenal; toda la preocupación, todo el esfuerzo del buen cristiano, que vive según su vocación, está dirigido a procurarse los bienes eternos; debe conseguir un modo de enjuiciar las cosas de aquí abajo como para estimar y apreciar sólo aquellas que le ayudan a alcanzar los bienes eternos, y tener, además, por viles todas aquellas que no le sirven para ese fin.

Notamos cómo Padre Pío dirige nuestra atención fijamente en el fin que hemos de lograr como buenos cristianos: la vida con nuestro Padre en la patria celestial. El fin es lo atrayente o razón para nuestro proyecto e inversión de recursos. El fin, entonces, tiene para nosotros mucha importancia. Es la percepción de este fin o bien virtual que me sostiene en la lucha en medio de la prueba y me hace posible emplear medios frecuentemente difíciles y dolorosos; medios que no me pondría si la meta no tuviera un sentido tan valioso. Lo sorprendente es que es Jesús resucitado que nos presenta este fin como regalo. Ante esto, me pregunto, ¿De veras me importa más ganar todo el mundo si pierdo mi alma? O sea, ¿me contento con cosas meramente materiales y temporales mientras Dios, el Padre que me ama, me ofrece vida plena con él para siempre?

Esta ‘pausa’ mundial en nuestra rutina ocasionada por el virus Covid-19 nos ofrece una oportunidad dorada de reafirmar nuestra relación prioritaria con Dios y a participar en las cosas eternas, los ‘bienes de arriba’. Nos invita, no nos fuerza. La religión nos da medios provechosos para alcanzar esta unión con él. Sin embargo, los medios que la religión nos propone frecuentemente son negaciones y mortificaciones poco agradables. Pero la religión nos invita, no nos fuerza. Si mantenemos nuestro ‘norte’ en Jesús podemos sobrellevar la incomodidad que implican estos medios necesarios con la firme esperanza de alcanzar el fin que vale la pena y así satisfacer el anhelo más profundo de nuestra alma, el de participar personalmente en lo infinito que es Dios.

Su Servidor en Cristo Jesús,

Fray Guillermo Trauba, Capuchino