DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO: ABRIR EL CORAZÓN A JESÚS 

 

Escrito por: Fray Guillermo Trauba OFMCap. 

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Muy Estimados Amigos de Padre Pío,

¡Paz y bien!

A veces queremos orar y no sabemos cómo. No tenemos palabras ni método y no hacemos nada. Luego nos ocupamos en otra actividad y este deseo se nos desaparece. Todavía no nos damos cuenta de que este deseo de orar es inspirado por el Espíritu Santo actuando dentro de nuestra alma y desafortunadamente perdemos la oportunidad de conocer más a nuestro Padre y Creador quien nos ama tanto. Tal vez entonces, busquemos un retiro y nos sintamos muy bien con toda la dinámica de las actividades. Allí uno puede sentirse aun “lleno del Espíritu”. Pero al desaparecer esta sensación desaparecen también las ganas de orar y la persona se queda confundida y se siente sola y abandonada por Dios. ¿Qué hacer? Y ¿cómo atender este deseo de orar?

Junio es el mes del Sagrado Corazón. Esta imagen presenta a Jesús abriendo su corazón al mundo. Representa el amor ardiente y apasionado de Jesús por cada uno de nosotros. Representa también, la herida de su amor, es decir, sabiendo que somos buenos y preciosos, Dios permite que le hagamos daño a él y que nos hagamos daño a nosotros mismos. Parece una locura, pero el amor para que sea amor tiene que ser consciente y libre. Este incluye el riesgo de que nuestra libertad sea mal encausada y engendre un mal uso de cosas buenas. Así sucede que Dios nos da la capacidad de hacerle sufrir a él y a hacernos daño a nosotros mismos también. Esta “imprudencia” de Dios es justificada en que el amor necesita expresarse. Es decir, Dios nos creó en su imagen y semejanza, consientes y libres, capaces de amar y capaces de aprender. Aprender amar es difícil y doloroso y nos equivocamos mucho en el camino. Pero al aprender y al hacerlo uno experimenta que amar vale la pena porque el amor engendra y sostiene la vida y sobre la vida se fundamenta nuestra plenitud y felicidad.

Enseñar a una persona a amar no es fácil. Primero necesita ser amado. Pero también necesita ejercer toda y cada una de sus capacidades en esta auto-donación en favor del bien del otro. La imagen del Sagrado Corazón nos presenta este modelo. Pero ¿cómo inspirar este amor apasionado dentro de uno?

La metodología de Dios para incitar este amor apasionado en el alma es el tema del consejo de Padre Pío a su hija espiritual, Raffaelina Cerase, en su carta a ella fechada el 9 de enero de 1915:

Dios quiere conquistarnos para sí, haciéndonos probar dulzuras abundantísimas y consuelos en todas nuestras devociones, tanto en la voluntad, como en el corazón. ¿Pero quién no descubre los graves peligros que amenazan a semejante amor a Dios? El fácil que la pobre alma se aferre a la accidentalidad de la devoción y del amor a Dios, sin preocuparse nada o casi nada de aquella devoción y de aquel amor sustancial, que son los únicos que la hacen amada y agradable a Dios.

Ante este grandísimo peligro, nuestro dulcísimo Señor acude rápidamente con esmerada solicitud. Cuando ve que el ama se ha fundamentado bien en su amor, y que se ha enamorado y unido a él, viéndola ya apartada de las cosas terrenas y de las ocasiones de pecar, y que ha alcanzado virtud suficiente para mantenerse en su santo servicio sin esas recompensas y esas dulzuras del sentido, queriendo llevarla a una santidad de vida mayor, le quita esa dulzura de afectos, que hasta ese momento ha experimentado en todas sus meditaciones, oraciones y otras devociones suyas; y lo que es más doloroso para el alma en esta situación es el perder la facilidad para hacer oración y para meditar y el ser dejada a oscuras en una aridez total y dolorosa. …. Dios mío, ¡qué fácil le ha sido engañarse! Lo que la pobre alma llama abandono no es otra cosa que un singularísimo y especialísimo cuidado del Padre celestial para con ella. Este paso suyo no es sino un inicio de contemplación, árida al principio, pero que pronto, si es fiel, porque será llevada del estado meditativo al contemplativo, se le convertirá en suave y gustosa.

El tema tratado en esta carta es importante porque representa la transición de la meditación a la contemplación. La meditación es bajo nuestro control mientras la contemplación es una gracia que Dios nos concede. Es decir, la meditación es activa y somos los actores mientras que en la contemplación Dios es el actor y nosotros somos pasivos, pero dispuestos y atentos a recibir sus comunicaciones. En la meditación el alma emplea intermediarios que son sentimientos y conceptos en su comunicación con Dios. En la contemplación no hay intermediarios. La comunicación es directa, espíritu con espíritu. Consiguientemente, la contemplación es algo desconocido a nosotros y parece “árida” al principio, como comenta Padre Pío. Pero después, con la ayuda del Espíritu Santo, se convierte en una comunicación “suave y gustosa”.

Experimentar la contemplación es experimentar los principios de la vida eterna y este es nuestro futuro como hijos e hijas de Dios. Es decir, experimentamos los primeros pasos de estar en el cielo, de estar en unión con Dios. La imagen del Sagrado Corazón nos muestra que Dios está abierto y dispuesto a esta intimidad. Este mes de junio sería una buena oportunidad de responder a su invitación. Estando atentos a nuestro deseo de orar sería un buen primer paso para darle nuestro sí y abrirle el corazón también.

Su servidor en Cristo Jesús,

Fray Guillermo Trauba, capuchino