DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO : DIOS EN EL DESIERTO 

 

Escrito por: Fray Guillermo Trauba OFMCap. 

· Artículos

Estimados Amigos de Padre Pío,

¡Paz y bien!

Donde estoy yo en Juárez, Nuevo León, el mes de julio es un mes muy caluroso. Es peor este año por la sequía que ha azotado el norte de México y el área suroccidental de Los Estados Unidos. El calor chupa la energía de uno y todo parece más difícil. Aun la oración sabrosa y refrescante en un tiempo puede desaparecer como un reflejo en el desierto, una ilusión irrealizable. ¿Cómo no perderse en este desierto y aridez interior?

En realidad, la aridez en la oración pone a prueba la calidad de nuestra comunicación con Dios. Esta calidad se mide no tanto por las emociones reconfortantes ni por la intensidad de ellas sino por la sincera aplicación de nuestra conciencia y libre albedrío a Dios. Así es que en la aridez la persona tiene que estar más atenta a Dios y más deliberada en su seguimiento a él. Dios es entonces, adorado en espíritu y verdad, la verdad siendo una intencionalidad deliberada. Con este contexto Padre Pío aconseja a su hija espiritual, Lucía Florentino, sobre la aridez en la oración. Sus consejos a ella se encuentran en su carta dirigida a ella el 11 de enero de 1917:

¡Qué felicidad tan grande la de servir a Jesús en el desierto, sin maná, sin agua y sin otros consuelos que los de estar bajo su guía y sufrir por él! Que la Virgen Santísima pueda nacer en nuestros corazones para regalarnos sus bendiciones. Durante este estado de aridez y de desolación de espíritu, no te inquietes por no poder servir a Dios según tu querer; ya que, adaptándote a sus deseos, tú le sirves de acuerdo con el suyo, que es bastante mejor que el tuyo. No nos debemos preocupar ni angustiar ser de Dios de una manera más que de otra. Y esto porque nosotros no buscamos más que a él, y no lo encontramos menos cuando caminamos en tierra árida y por desiertos que cuando caminamos sobre las aguas de las consolaciones sensibles. Como consecuencia, es necesario vivir contentos lo mismo en un camino que en el otro.

Padre Pío habla de la importancia del desapego en la oración. Este desapego de los consuelos y luces, le libera a uno de una desviación de la vista del alma de Dios. El Señor nos pide buscar su Rostro y cuando estamos buscando algo sensible en este Rostro este algo se convierte en una pared entre nuestro espíritu y el Señor, si solamente por un instante. Por ello, el corazón puro es el único capaz a ver a Dios; sabe cómo mantener la mirada al Rostro de Cristo durante rachas de consuelos y en sequías prolongadas. Claro, es difícil practicar este desapego de lo que no es Dios y por nuestros esfuerzos sería imposible. Sin embargo, nuestro esfuerzo es necesario tanto como la mano extendida es necesaria para que se la agarre y le salve. El Señor entonces, cede a nuestros deseos y de vez en cuando y de repente se nos aparece como entre las rejas de la ventana como se menciona en el Cantar de los Cantares.

Las luces anteriores que nos han iluminado el Rostro de Cristo nos pueden servir como oasis y guías en nuestro caminar a su encuentro. Tengamos cuidado de que no sean metas ni distracciones sino medios y guías. Las luces más brillantes son las más sutiles, las menos contaminadas por conceptos y sentimientos. Son estas luces, muy sutiles e interiores que nos ayudan más. Su percepción requiere una sencillez y pureza en todo aspecto. Si no, estas luces estarán malinterpretadas o serán descartadas como figuras de nuestra imaginación o una idealización de nuestras necesidades. Sin embargo, su autenticidad se comprueba en los efectos que son más profundos y trascendentales que pueden alcanzar nuestras creaciones imaginarias.

La sorpresa en la oración también nos ayuda. La sorpresa es la antesala de una nueva significación o descubrimiento. La sorpresa es un síntoma que indica que el estímulo sobrepasa la capacidad del ego a asimilar su contenido por lo pronto. La sorpresa indica que algo está pasando al subconsciente para ser asimilado después poco a poco. Entonces, cuando estamos sorprendidos en la oración es una buena señal. Nuestra imaginación no sabe cómo sorprendernos, pero Dios sí. Dios es un misterio y cuando estamos al encuentro con un misterio estamos sorprendidos en cuanto captamos un poco de su realidad tan trascendente. La contemplación incluye la sorpresa de un encuentro directo con el misterio que es Dios, pero es la fe la que nos prepara y nos lleva, aunque sea por las arideces al oasis interior donde Cristo reside. Este encuentro es siempre dentro de nosotros, aunque al principio este encuentro sea proyectado a un objecto o imagen exterior como si Dios estuviera fuera de uno.

Entonces, cuando te encuentras sudando la gota gorda y no hay agua refrescante, haz jaculatorias de fe y sigue adelante con lo que te toca hacer mientras anhelas un alivio. En poco tiempo el Señor te dará lo que tu alma anhela. Este encuentro será tan sorprendente como encontrarse con un oasis en medio de un desierto. De hecho, este oasis puede ser la Santa Eucaristía que nos sorprende con el agua viva que nos da.

Su hermano en Cristo Jesús,

Fray Guillermo Trauba, Capuchino