DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO: VIVIR LA CUARESMA 

Escrito por: Fr. Guillermo Trauba OFMCap.

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Estimados Amigos de Padre Pío,

¡Paz y bien!

¡Ya nos llegó la Cuaresma! Uno piensa, “Tengo muchos pecados y quiero corregirlos, pero no sé cómo, y, además, siempre termino recayendo en lo mismo.” Por esta negativa ante el esfuerzo de realizar más provecho en su propia conversión, para muchas personas la Cuaresma es un ejercicio en sobrellevar la culpa; de reconocer sus errores sin poder eliminarlos.

El propósito de la temporada cuaresmal no es fomentar culpa por nuestros pecados sino prepararnos a recibir las gracias de la Pascua. Es un momento de confrontarnos con la realidad de nuestra infidelidad al amor de Dios por nosotros y de barbechar el terreno de nuestro egocéntrico modo de vivir. Es un tiempo de esforzarnos al bien con la esperanza de sembrar en nuestra alma semillas para el Reino de Dios que han de brotar con nueva vida en Cristo resucitado. La Cuaresma, entonces, guarda la vista a nuestra participación en la resurrección de Cristo y esto engendra una esperanza en el fondo de nuestra alma que es el motor principal que impulsa nuestras penitencias. El otro ímpetu que fecunda nuestra experiencia de Cuaresma es una amplia confianza en la bondad y misericordia de Dios ante nuestras debilidades.

Como con nuestras promesas para el año nuevo, podemos idealizar nuestros propósitos de arrepentimiento para la Cuaresma. Podemos proponernos penitencias buenas y necesarias, pero sin los medios adecuados para realizar cambios duraderos. Padre Pío en una carta a fray Manuel de San Marco La Carola ofrece algunas orientaciones básicas en cómo lograr una disposición interior para un arrepentimiento espiritual y duradero. La carta fue escrita el 20 de enero de 1918:

Es bueno aspirar a la más alta perfección cristiana, pero no hay que filosofar sobre ella sino sobre nuestra conversión y sobre nuestro progreso en la misma en los acontecimientos diarios, dejando el éxito de nuestro deseo a la providencia de Dios y abandonándonos en sus brazos de padre como lo hace un chiquillo, que, para crecer, come cada día lo que le prepara su padre, confiando en que no le faltará el alimento en la medida de su apetito y de su necesidad. …

Guárdate de los escrúpulos y de las inquietudes de conciencia; y ten calma absoluta en lo que te dije de palabra, porque te lo dije en nuestro Señor. Permanece en la presencia de Dios por los medios que te indiqué y que sabes.

Guárdate de la tristeza y de las inquietudes, porque no hay cosa que impida tanto caminar hacia la perfección. Hijito mío, pon dulcemente tu corazón en las llagas de nuestro Señor, pero no a fuerza de brazos. Ten una gran confianza en su misericordia y bondad, que él no te abandonará nunca; pero no dejes por eso de abrazar fuertemente su santa cruz.

En los tres párrafos arriba Padre Pío le ofrece a fray Manuel tres consejos fundamentales para desarrollar una docilidad a Dios, necesaria para su verdadera conversión.

En el primer párrafo Padre Pío le dice que es necesario aterrorizar sus buenos propósitos y no quedarse en el pensamiento de lo bueno que sean. Padre Pío invitó a fray Manuel, y a nosotros, a ver en los acontecimientos de cada día la materia prima para nuestra conversión que Dios como nuestro Padre nos ofrece y que necesitamos santificar. En eso captamos que lo importante para nuestra conversión no es tanto en el qué vamos a hacer o cambiar, sino en el cómo hacerlo y esto en el contexto de lo ordinario de cada día. Padre Pío hace hincapié en desarrollar una actitud de confianza en la bondad de Dios que facilita nuestra cooperación con él tratando de agradarlo en las decisiones que uno toma durante el curso del día.

En el segundo párrafo Padre Pío trata de asuntos más personales de fray Manuel. Sin saber lo que fueran, la referencia de escrúpulos implica asuntos de mucha carga emocional que para fray Manuel son delicados y que le engendran culpa. Su consejo a él es de no dejarse llevar por los escrúpulos y mantenerse tranquilo ante la misericordia de Dios. Podemos captar que una actitud de tranquilidad y confianza en la misericordia de Dios son elementos necesarios para tener una consciencia limpia y de estar siempre en la presencia de Dios. Este estar en la presencia de Dios implica una humildad y docilidad en vez de ansiedad y desesperación ante la realidad de nuestros pecados.

Los consejos del tercer párrafo le ayudan a manejar el dolor. La tristeza es una emoción que indica una percepción de pérdidas mientras que la inquietud es una especie de miedo que indica una percepción de falta de recursos ante una demanda. En los dos casos Padre Pío le aconseja no rechazar su dolor sino resignificarlo llevándolo a la cruz y uniéndose a Jesús crucificado, no a la fuerza, sino dulcemente. Esta actitud de abandono y confianza en Jesús es el amparo que permite la sanación de heridas y solución de problemas. La persona se siente amada por la inmensa bondad de Dios y su incansable amor por él. Así ve las cosas en un contexto más grande que el de su ego y confronta su propia sombra e incapacidad con deseos de reconciliación. Ahora, en vez de entrar en la desesperación, que es signo de orgullo, elige abandonarse a la infinita bondad de Dios expresado en su amor y misericordia.

Entonces, aceptemos el plato que nuestro Padre nos presenta en los acontecimientos de cada día. Humilde y dócilmente hagamos lo mejor que podemos sin perder la paz y sin escrúpulos sabiendo que estamos amparados por la bondad y misericordia de nuestro Padre. Y cuando sufrimos nos unimos a quien sufre por y con nosotros sabiendo que en él está encarnada esta bondad y misericordia de nuestro Padre por nosotros en la gracia de hoy.

Su hermano en Cristo,

Fray Guillermo Trauba, capuchino