DE LAS CARTAS DE PADRE PÍO: ¡NO OLVIDEMOS LA IMPORTANCIA DELA CRUZ COMO SIGNO DE AMOR ! 

 Escritor por: Fray Guillermo Trauba OFMCap. 

· Sermón,Artículos

Estimados Amigos de Padre Pío,

¡Que Cristo resucitado siga iluminando tu vida con gratitud y esperanza!

¿Cómo asimilar el gran misterio de la resurrección? Nuestros intentos son siempre insuficientes. Sin embargo, nuestros intentos nos disponen a una cercanía a Dios que ilumina y santifica al alma. Al ser iluminados por el amor de Cristo empezamos más y más a ver lo que él ve. La compasión es uno de los resultados de esta iluminación. La vida nos invita a aprender amar y ser amado. La compasión a los demás es la expresión natural de este amor plasmado en fidelidad a Dios y a la dignidad presente en cada ser humano. Esta compasión nos hace salir de nuestros propios intereses y comodidades y entrar en el mundo del otro, no para solucionarle sus problemas ni quitarle su responsabilidad de enfrentarlos, pero más bien para manifestar una solidaridad con él en el camino de la vida que le es especialmente difícil por el momento. La compasión es una validación de nuestra relación de amor al otro.

Al avanzar en intimidad con Dios, Padre Pío experimentaba cambios en su vida. Estos cambios fueron novedades que transformaron su vida y le prepararon para su misión tan especial en la Iglesia. Padre Pío permitía progresivamente dar libertad a Jesús actuar en todo aspecto de su vida y fue instruido por Cristo cómo amar y ser amado. Una profunda compasión por los demás y una preocupación por el alivio de sus sufrimientos fueron efectos de esta transformación. Algunos rasgos de esta experiencia constituyen el tema de su carta a su director espiritual, Padre Benedicto de San Marco in Lamis, escrita el 26 de marzo de 1914:

Siento que los éxtasis han aumentado en intensidad y suelen venir con tal ímpetu que todos los esfuerzos por evitarlos no sirven de nada. El Señor ha llevado al alma a un desapego mayor de las cosas de este bajo mundo; y siento que la va fortaleciendo cada vez más en la santa libertad de espíritu. Me parece que, en el fondo de esta alma, Dios ha derramado muchas gracias que se orientan a la compasión de las miserias de los demás, especialmente de los pobres necesitados. La grandísima compasión que siente mi alma a la vista de un pobre le provoca en su mismo centro un vehementísimo deseo de socorrerlo; y, si atendiera a mi voluntad, me llevaría a despojarme hasta de mis ropas interiores para vestirlo a él. Además, si sé que una persona está afligida, lo mismo en el alma que en el cuerpo, ¿qué no haría yo ante el Señor para verla libre de sus males? Con tal de verla libre, yo cargaría con gusto con todas sus aflicciones, cediendo en su favor el fruto de tales sufrimientos, si el Señor me lo permitiera. Gracias a los dones con los que el Señor no deja de enriquecerme me encuentro bastante mejor en la confianza en Dios. En otro tiempo, con frecuencia me parecía necesitar de las ayudas de los demás; ahora ya no. Sé por propia experiencia que el verdadero remedio para no caer está en apoyarse en la cruz de Jesús, confiando sólo en él, que quiso permanecer colgado por nuestra salvación.

Permanecer “colgado por nuestra salvación” resume la disposición del alma de Padre Pío hacia los pobres y necesitados. Es una postura de amor expresada en compasión y fidelidad al imagen de Dios en cada persona a pesar de la infidelidad de esa persona. La gracia de Dios progresivamente inundando su alma la conformaba a la de Cristo. Observando el testimonio de Padre Pío a esta inundación de gracia nos interpela ante nuestra poca respuesta a los agobios de los demás. ¿Por qué estamos tan débiles en sostenernos en favor del bien de nuestro prójimo? ¿Cómo lo hizo Jesús? ¿Qué vio, qué esperaba con su postura de esperanza sostenida?

Estamos tan débiles por dos razones principales: primero, estamos constantemente distraídos por el medio ambiente y ocupados en relacionarnos con ello. Segundo, no sabemos cómo ver con nuestro espíritu. No estamos capaces de apreciar cosas espirituales dado que estamos tan inmersos en lo material y temporal. ¡No vemos más allá que la nariz, o sea, de nuestros sentidos! Padre Pío tenía que aprender de aceptar la ayuda de los demás sin depender de ello. Allí aprendió el valor de la cruz que proclama un amor expresado en una esperanza sostenida por el bien del otro sin recompensas sensibles. Es decir, aprendió no depender de lo exterior del otro sino anclarse en la esperanza de la plena realización de la dignidad humana de esa persona. Por medio de la fe Padre Pío confiaba que su esperanza sostenida por el bien de la otra persona no fuera en vano. Los resultados, o cambios en esa persona que es el recipiente de la fidelidad depende de Dios y no a nosotros. Así, no cesamos en encomendar a esa persona a la misericordia de Dios con o sin resultados visibles a nosotros.

El proyecto de Dios que Jesús inauguró con su muerte y resurrección es el Reino de Dios. Este Reino existe dentro y entre nosotros y consiste en relaciones de amor y fidelidad que están expresadas en la historia en cosas materiales y temporales. Vivir nuestra identidad como hijos e hijas de Dios nos hace estar inmersos en esta realidad. La persona de fe, con la ayuda de la gracia, anda percibiendo lo espiritual y disfrutando más y más de ello. La intencionalidad de nuestra parte plasmada en actos de fe y amor nos introduce a lo transcendental del Reino de Dios, o sea, a la vida eterna. Sorprendentemente, uno empieza a experimentar el “cielo” aquí en la tierra. El gozo celestial empieza en esta vida, con una fuerza que le permite a uno estar “colgado en una cruz” por la salvación de mi hermano o hermana, quienes sean.

Tu servidor en Cristo Jesús,

Fray Guillermo Trauba, capuchino